¿Alguna vez te has sentido atrapado/a?

Viviendo una vida que, aunque “correcta”, no resuena con la verdad de tu alma. Cumpliendo compromisos por el deber-ser, mientras una voz interna grita por algo más. Así me sentía yo al inicio de esta historia que quiero compartir contigo. Tenía una vida “buena”, llena de decisiones racionales, pero con un vacío inexplicable que no podía ignorar. Era como si el universo me llamara a un cambio radical, a dar un salto al vacío con la fe de que Dios, el Universo, el Gran Espíritu o como prefieras llamarlo, me sostendría en el proceso.

Se escucha fácil: “Solo suelta”, pero llevarlo a la práctica es un acto de valentía. Requiere confiar en el proceso, especialmente cuando hay personas que dependen de ti. La mente racional es rápida para generar dudas y miedos: ¿Qué pasa si todo sale mal? ¿Y si afecta a mi familia? ¿Y si no hay vuelta atrás y termino arrepintiéndome?

Ese cambio que sientes en las entrañas puede ser algo tan drástico como mudarte a otro país o algo tan íntimo como cambiar la educación de tus hijos. Lo importante no es el cambio en sí, sino la resistencia que generan los miedos al dar ese primer paso.

Déjame contarte un poco más sobre mí. Fui la típica niña aplicada en un colegio de monjas, luego estudiante destacada en una prestigiosa universidad mexicana. Trabajé en grandes trasnacionales y, siguiendo el guion, me casé con quien creí sería el amor de mi vida. Formamos una familia hermosa: tres hijos, mucho amor y una vida que para cualquiera era la definición de éxito. Elegimos el homeschooling, lo cual me llevó a prepararme como coach, consultora de porteo y experta en neurodesarrollo. Mi vida estaba centrada en mis hijos y en acompañar a otras familias en sus caminos de crianza.

Y entonces, en un instante, todo cambió. Mi esposo colapsó frente a nosotros y falleció en mis brazos. Intentamos todo, pero la vida se nos escapó. En ese momento mis hijos tenían 10, 8 y 3 años. De la noche a la mañana, pasé de ser el soporte emocional de la familia a tener que serlo todo. En cuestión de días, tomé las riendas de los negocios que él dejó y me lancé a mantener nuestra estabilidad.

Por un año, viví en piloto automático: actuar, ejecutar, sobrevivir. Hasta que un día, me detuve. Me permití sentir. Fue como abrir una presa; todos los pensamientos y emociones que había reprimido salieron con fuerza. Fue entonces cuando entendí algo crucial: el día que mi esposo murió, también murieron nuestros sueños compartidos. Pero, ¿qué había de mis propios sueños? Había olvidado que yo también podía soñar, crear y construir un futuro nuevo.

Cuando Rafa llegó a mi vida, ya había recorrido un largo camino de duelo. Es un proceso continuo, un trabajo constante. El duelo no desaparece; lo incorporas. Aprendes a vivir con él, a moverte hacia adelante, llevando contigo lo que fue. Y aunque a veces una canción o un lugar despiertan la nostalgia, está bien. Es parte del proceso.

Rafa no llegó a “salvarme”, sino a caminar junto a mí y mis hijos. Comenzamos a soñar juntos una vida diferente: llena de libertad, viajes y experiencias. Y así, un día, tras varios intentos fallidos en subastas, ganamos un autobús escolar en Fort Smith, Arkansas. De repente, teníamos días para pagar y semanas para recogerlo, a miles de kilómetros. Así comenzó nuestra gran aventura.

Fueron meses de esfuerzo: dos viajes a Estados Unidos, cuatro meses de separación y trabajo constante para convertir ese autobús, que llamamos Rajah, en nuestro hogar. Durante el proceso, vivimos una transformación profunda. Acampamos durante dos meses mientras trabajábamos en la conversión. Aprendimos de construcción, electricidad, plomería y carpintería. Vimos a nuestros hijos crecer y adquirir habilidades que nunca imaginamos. No fue fácil. Hubo retos, momentos incómodos y desilusiones. Pero cada paso valió la pena.

Hoy, mirando hacia atrás, puedo decir que el verdadero regalo no fue el autobús ni los viajes, sino la transformación que vivimos juntos. Nos descubrimos a nosotros mismos, como familia y como individuos, y aprendimos a confiar en la vida.

Rajah nos enseñó que la verdadera aventura no es solo viajar, sino atrevernos a ser quienes realmente somos, sin miedo al cambio ni a los desafíos. Porque, aunque este viaje nos ha llevado por caminos que nunca imaginamos, el recorrido más importante fue el que hicimos dentro de nosotros mismos. Y lo más hermoso es que este viaje, como todos los grandes viajes, no tiene un destino final. Es un constante crecimiento, un continuo descubrimiento de quiénes somos y de todo lo que podemos ser.

Esta historia no es solo nuestra, es una invitación para ti. Porque todos tenemos un Rajah esperando ser descubierto, un sueño por construir, un miedo por enfrentar. La vida no siempre se ve como la imaginamos, pero puede ser mucho más hermosa cuando nos atrevemos a vivirla plenamente. Si algo en ti ha resonado con estas palabras, tal vez sea el momento de dar ese salto. Confía en la vida, confía en ti. El camino que elijas siempre será el correcto, porque será tuyo.

Y tú, ¿estás listo para escuchar ese llamado que llevas dentro y comenzar tu propio viaje sin fin?

Share the Post:

Related Posts